miércoles, 2 de noviembre de 2011

Rebelión en la granja

Animales, borregos, cerdos y gallinas, así nos considera, aún de forma metafórica, Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell), un hombre dotado de integridad, de sentido común y honradez; comprometido consigo mismo en la búsqueda de la libertad y en la denuncia de los atropellos y agresiones contra la humanidad. En prácticamente todas sus obras los protagonistas son víctimas de algún tipo de abuso de poder. Y, aunque a veces el control se ejerza mediante el uso de la fuerza física, la forma más aguda e inteligente, y la que más daño produce a la larga, es la persuasión psicológica y los mecanismos de terror, apoyados en la manipulación del lenguaje. 
El poder es un exquisito manjar, una facultad que a lo largo de la historia muchos han deseado para la realización de los ideales más nobles. Sin embargo en la realidad hasta los hombres más honestos y rectos sucumben fácilmente hacia sus más oscuros intereses en vista del poder que les confiere tal autoridad. Desde el flamante César hasta el repudiado Stalin, la historia ha registrado múltiples ejemplos de hombres que han demostrado lo peligroso que resulta la concentración del poder y su uso para satisfacer fines particulares, pisoteando derechos universales y marcando con sangre capítulos de naciones enteras. 
Orwell concibió una obra que nos ilustra de forma amena y simbólica el destino de una sociedad (representada por animales, como he adelantado al principio) que, tras liberarse de una opresión después de una casi gloriosa revolución, cae paulatinamente bajo una tiranía terrible. Tal y como señala el propio autor, es a raíz de su experiencia en la guerra civil española cuando se gestó la idea de este libro, aunque es la revolución bolchevique la que lleva la voz cantante en esta historia.
El escenario de la granja Manor representaría a Rusia; el señor Jones al zar; el señor Frederick, caracterizado por su crueldad y por apropiarse de tierras ajenas, sería Hitler; el señor Pilkington, Churchill; los cerdos, los bolcheviques que dirigieron la revolución; y el resto de los animales, los obreros y los campesinos. Las luchas de poder entre Stalin (Napoleón) y Trotsky (Snowball) también quedan plasmadas en la fábula, así como las figuras de Marx y Lenin, ambas representadas en el cerdo Viejo Mayor "tan altamente estimado en la granja que todos estaban dispuestos a perder una hora de sueño para oír lo que él tuviera que decirles". Hay muchos acontecimientos que bien pueden relacionarse con hechos históricos veraces, tales como la revolución de Octubre de 1917 en el caso de la revolución de los animales (capítulo II), el acuerdo entre Napoleón y Whymper representa el Tratado de Rapallo de 1922, la revuelta de las gallinas (capítulo VII) representa la oposición de los campesinos ante la colectivización de las granjas, la segunda destrucción del molino a manos de los hombres de Frederick (capítulo VIII) representa la invasión nazi de Rusia en 1914 y finalmente la última escena hace referencia a la Conferencia de Teherán de 1943, con el encuentro de los nuevos aliados: Stalin, Churchill y Roosvelt.
Este tipo de régimenes, autoritarios y austeros para quienes lo sufren, siguen una fórmula que estaría incompleta sin el temor infundido en la oposición, en el desacuerdo, tal y como lo representa Orwell con los perros.  Estos canes tiene su paralelismo en el Terror Rojo instituido por la Cheka, una policía al mando de los bolcheviques que tenía el propósito de eliminar a todo el que se opusiera al régimen. La amenaza, el miedo y la intimidación, son los factores clave en otros sistemas opresores, como ocurrió en la Alemania nazi, la Italia fascista y sin ir muy lejos la Cuba fidelista. 
Napoleón, un cerdo cuya inteligencia le permite destacarse de los demás sigue al pie de la letra algo que resulta costumbrista en todos los déspotas y que consiste en ser un sujeto carismático que llega como  un Mesías encandilando a la masas, haciendo discursos prometedores que al momento de materializarse resultan desmentidos. Sin embargo la culpa no es del déspota, sino del pueblo, del pueblo que implora una mejor gestión que la previa y se entrega a ofrecimientos desmedidos e ilusorios, considerando que lo previo fue peor, dando alimento a la ignorancia y al fanatismo, cerrándose a la posibilidad  de entender la situación de estancamiento que presentan tales regímenes y la desmejora progresiva que resulta peor a la padecida anteriormente. Si lo que queremos es acabar con la tiranía y el despotismo, lo único que podemos hacer es educar al pueblo, para que no se deje engañar ante las patrañas de un sofista del tres al cuarto.
Finalmente, este libro es un doloroso espaldazo al deseo de conseguir unos ideales que fueron traicionados hasta llegar a ser lo opuesto de lo que se pretendía conseguir. De cómo un estado de igualdad, de posibilidad de una vida digna, se convirtió en la antítesis, en una férrea dictadura que prolongó durante décadas, terminando por llegar a una situación peor de la que se pretendía escapar.

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