martes, 24 de enero de 2012

World War Web

Últimamente se está hablando mucho de un movimiento surgido en Internet: la World War Web. Supone que todos los usuarios de Internet se unan para luchar contra el sistema de cierre de webs impuesto por las leyes "Sinde"(Spain), "SOPA"(EEUU) o  "ACTA"(Polland), entre otras.
Llevábamos mucho más tiempo oyendo hablar de esta serie de leyes, pero el detonante llegó con el cierre de la popular página de descargas "Megaupload" por parte del conocido FBI estadounidense. Algunos grupos ya han reaccionado, como es el caso de "Anonymous", poniendo en jaque a las principales webs de seguridad de dicho país.
Frente a esto me surgen opiniones, que si bien no son diferentes en cuanto a contenido, son diferentes en cuanto a forma. Por una parte encuentro, como usuaria, que una parte de mi libertad ha sido coaccionada, mi libertad de difusión, intercambio y, por qué no decirlo, información. Como proyecto de jurista, me resulta contra natura (hablando en un sentido jurídico) que unos señores sean los que decidan si un contenido es apto para ser visto en Internet.
Internet ha sido diseñado como la red de información más grande del mundo. Hace no tantos años, nadie podía soñar con que una persona asiática grabase un vídeo para su amigo neozeolandés, que éste a su vez se lo enviase a su madre en Londres y que ella pudiera mandárselo a su primo Paco que se encuentra de vacaciones en Argentina en cuestión de minutos; nadie se podía imaginar que nos pudiésemos enterar de las noticias de todo el mundo a tiempo real haciendo un solo click; nadie se podía imaginar que llegase tan lejos la comunicación global. Esto es Internet, una ventana abierta a todo un mundo, una forma de "globalcomunicarse".
Por otro lado, la "piratería" no es otra cosa sino un uso no autorizado o prohibido de obras cubiertas por las leyes de derechos de autor; en lenguaje coloquial, copiar o reproducir obras de otras personas, tanto música como películas o series. Pero realmente, ¿a quién afecta el problema de la "piratería"? Acerca del mundo del cine, de la producción o de las series no puedo hablar, ya que no tengo relación con ese tema, pero a nivel musical si. Pongamos por caso a alguien que acaba de empezar en el mundo de la música. Generalmente esa persona colgará sus canciones en Internet, que serán escuchadas y descargadas por una serie de gente. Esos archivos irán circulando por la red, llegando quizá a miles de personas que sabrán de la existencia de ese músico. Ese músico, en principio desconocido, a través de su página web (propia, "Myspace", "Facebook"...) irá avisando de una serie de conciertos, a los cuales irá gente que pagará por una entrada, y posiblemente quiera comprar la maqueta de ese músico. El músico que cuelga sus canciones por Internet no debe tener miedo a que sus canciones se compartan o se descarguen de manera gratuita, al contrario, es muy probable que gracias a ese sistema pueda llegar a grabar discos. Entonces, ¿cuál es el problema? En el caso de la música, las principales afectadas son las discográficas y los músicos reconocidos, ellos necesitan vender discos para ganar dinero. Y no es que el músico no gane el suficiente dinero para vivir, si tiene fama lo más probable es que llene los conciertos que hace, pero siempre se quiere más. Vivimos en un mundo de codicia, de consumo y de poder. No existe límite, y este el principal error.
En cuanto al mundo del cine, no creo que haya nadie mejor que el anterior Presidente de la Academia de Cine para explicarlo, por eso os dejo el elocuente discurso que pronunció Alex de la Iglesia en la Gala de los Goya 2010, donde habla en cierta forma de lo que quiero mostrar aquí
http://www.youtube.com/watch?v=vSOGpDw5WQk

Por útimo, sólo me queda mentar nuestro Derecho Constitucional de la Cultura. El artículo 44 de la Constitución contiene en primer lugar el derecho a la cultura y las obligaciones para los poderes públicos de promover y tutelar el acceso a la cultura y promover la ciencia y la investigación. En este artículo hay, pues, algo más que el reconocimiento del principio de libertad cultural. Este precepto conlleva una exigencia, la exigencia de una actividad pública en orden al desarrollo cultural. El derecho a la cultura pertenece, tal y como la doctrina (que para quien no lo sepa sería la opinión general de los juristas de España) al género de los derechos de prestación. Los poderes públicos han de poner al alcance de todos la cultura, que no es, desde luego, un producto o una creación de la política, sino un fenómeno natural de la comunidad. Vivimos en un país en que por Ley se protege la cultura y sin embargo también por Ley te limitan el acceso a ella.
Bienvenidos a la World War Web.

lunes, 23 de enero de 2012

No name

Ya no podía soportarla más. Bajé las escaleras y estaba allí, sentada en ese sofá. Llevaba la blusa roja que tanto me gustaba, que tanto me excitaba. Ella lo sabía. Sabía que vestida así podía tenerme donde quisiera. La escalera crujió. Ella se giró. De sus labios salió sólo una palabra: "ven". Tenía una copa de vino en la mano, la chimenea estaba encendida. Me acerqué a ella y la contemplé. La blusa de satén rojo escondía un corsé de encaje negro, con su liguero correspondiente. El pelo suelto y rubio, maquillaje el justo. Sus ojos azules miraron hacia los bajos de mi pantalón, sonrió. Levantó la mirada. Tenía la expresión de lo que realmente era: una zorra. Mis manos se abalanzaron sobre la blusa, desabrochando cada uno de los botones. Despacio. Ella seguía bebiendo de su copa de vino. Aparté suavemente la blusa. El corsé realzaba sus pechos. Los toqué. Los lamí. Los mordí. La apreté contra mi y ella me mordió. Sabía cuánto me excitaba aquello. La separé de mi y le di una bofetada. Ella me siguió mirando con cara lasciva. Eso le gustaba. La cogí del pelo y me desabroché el pantalón. La obligué a chupármela como nunca antes lo había hecho, incluso se atragantó un par de veces. No me corrí, aunque habría disfrutado viendo como a esa zorra se le llenaba la cara con mi semen. Al fin y al cabo no quería dejar rastro. La levanté del suelo. No pensaba tocarla. No iba a darle facilidades. La empujé contra el sofá y le di la vuelta. Le bajé las bragas y la embestí. Pese a la brusquedad y a su edad, ella parecía estar disfrutando. Paré de nuevo. Ella se giró y se dispuso a chupármela de nuevo, esperando a que me corriera para tragárselo todo. La levanté. Ella me miró extrañada. Saqué un pañuelo. Le susurré: "gírate". Probablemente pensó que se trataba de un juego. Lo hizo. Le pasé el pañuelo alrededor del cuello. Apreté. Al cabo de pocos minutos dejó de respirar. Por fin me había librado de aquella engreída.