lunes, 2 de abril de 2012

La realidad del mundo que nos rodea.

Se hizo un silencio sepulcral cuando se abrió la puerta y ella entró a la sala por aquella pequeña puerta detrás de la mesa del Tribunal. Tenía un aspecto sereno, tranquilo, la mirada firme y el paso decidido. La acompañaba su marido, quien no se separó de ella en ningún momento, procurando protegerla todo lo que no pudo hacerlo aquella vez. Ninguno de los dos dirigió en ningún momento la vista hacia donde estaban los acusados. Ella tomó asiento, y la fiscal, de muy buenas formas, le pidió si podía relatar los hechos acaecidos aquel 9 de Febrero de 2010. Ella apretó la mano que su marido le había dado en señal de apoyo, echó la cabeza hacia detrás, respiró profundamente y empezó:
"Aquella mañana no tenía nada de especial, era como todos los días. Yo me estaba preparando para llevar a mi hijo pequeño al colegio, entonces tenía 9 años. Abrí la puerta y me di cuenta de que había olvidado el móvil en la habitación, así que le dije a mi hijo que fuera llamando al ascensor mientras yo iba a por él. Mientras estaba en la habitación oí gritar a mi hijo. Salí corriendo esperando que se hubiera caído o se hubiera pillado los dedos con alguna puerta. Pero entonces vi como 3 hombres, dos encapuchados y uno al descubierto sujetaban a mi hijo mientras entraban en casa y cerraban la puerta. Dos de ellos, uno al que llamaban "el Negro" y otro al que llamaban "el Colombiano" me empezaron a dar golpes en la cara y en el cuerpo. Yo les decía que les daría todo lo que quisieran, que podían llevárselo todo, que eso no importaba, pero que no hicieran daño a mi hijo. Ellos no escuchaban mis palabras y seguían golpeándome, especialmente en la cabeza. Yo les decía que por favor se detuvieran, que no iba a gritar ni a llamar a nadie. Al ver que no dejaban de pegarme, les dije que ya que estaban haciendo eso me llevasen a un lugar donde mi hijo no pudiese verlo. Él estaba tumbado boca abajo contra el suelo, con uno de ellos, el más bajito, clavándole la rodilla en la espalda para que no se pudiera mover y tapándole la boca para que no pudiera gritar. Pero pese a que no le oía, sentía su terror en sus ojos, que estaban llenos de lágrimas. Yo le decía que no pasaba nada, que esos señores sólo querían llevarse el dinero y las cosas y que luego se iría, que todo saldría bien. Entonces, dos de ellos, uno con capucha y otro sin ella, me llevaron a la habitación"
En aquel momento, al recordar lo sucedido dos años atrás, ella no pudo contenerse y su voz empezó a sonar acongojada, aumentando considerablemente esta aflicción cuando relataba los hechos concernientes a su hijo. El juez, viendo la situación de la mujer, comenzó a entretenerla hablándole de temas que poco tenían que ver con el caso, terminando con el ofrecimiento de una sonrisa y una invitación a que continuase con el relato. Ella esbozó una medio sonrisa en señal de agradecimiento por esta pausa amistosa, y, una vez secadas las pequeñas lágrimas que habían empañado su rostro, prosiguió:
"Me tumbaron boca abajo en la cama y me ataron de manos y pies con cinta adhesiva. No dejaban de preguntarme donde estaba el dinero y la caja fuerte mientras me seguían dando golpes en la cara y en la cabeza. Les dije que la caja fuerte estaba en el baño de la habitación y me llevaron hasta allí. Saqué la llave que teníamos escondida debajo de un mueble del cuarto de baño y la abrí. Una vez abierta, el más alto y con la tez más oscura, me volvió a llevar a la cama. Yo en aquel momento sólo podía pensar en mi hijo y en qué estarían haciendo con él. De repente uno de ellos, el que no llevaba capucha, se puso muy enfadado porque había encontrado un sobre en la mesilla de noche con unas monedas de otro país que no tenían importancia, serían como 1 o 2 euros españoles. Me dijo que le estaba mintiendo y que en la casa había más dinero. Mandó llamar al hombre que estaba con mi hijo y le trajeron a la habitación. Le pusieron frente a mi y le apuntaron en la cabeza, diciéndome que o les decía donde estaba todo el dinero o le matarían. Yo les gritaba y les juraba que no había más dinero, que ese sobre no tenía casi valor y que hicieran lo que quisieran conmigo pero que no tocasen a mi hijo. Cuando parecieron estar convencidos de que les decía la verdad, el hombre que no llevaba capucha les hizo una seña a los otros dos para que se fueran y se llevasen al niño con ellos. Entonces él pasó el pestillo de la habitación, se acercó a mi y comenzó a...a to...a tocar..."
Toda la sala estaba en silencio. La voz de la mujer ya no sonaba como a lástima ni congoja por recordar lo sucedido aquel día. En sus palabras se sentía el miedo, el miedo y la rabia de no saber por qué le había tocado a ella vivir ese infierno. De nuevo, el juez, compasivo, le dijo, después de otra sesión de cháchara sin sentido aparente, lo siguiente: "Señora, entiendo que para usted no sea agradable volver a relatar lo ocurrido aquella noche, pero, si todo sale bien, y le prometo que así será, no tendrá que volver a contarlo nunca más. Usted ha sido muy valiente presentándose aquí hoy, viniendo a cara descubierta y enfrentándose cara a cara con esta gente. Le ruego continúe con el relato, saque de nuevo esa fuerza que le ha permitido entrar aquí hoy con la cara bien alta y no se preocupe, nadie en esta sala le va a reprochar absolutamente nada si sus emociones la invaden de nuevo, ¡faltaría más! Pero de verdad, le ruego continúe siendo valiente".
La mujer prosiguió su relato, aunque esta vez no esbozó ninguna sonrisa de agradecimiento al juez, la situación la estaba sobrepasando. Pero eso al juez no le importó, para su desgracia estaba más que acostumbrado a estas situaciones en su sala.
"Entonces el hombre que no llevaba capucha comenzó a introducir su mano por debajo de los pantalones y la braga e introdujo los dedos dentro de la vagina mientras me decía: "que rica estás". Cuando pasó un rato, los otros le avisaron de que ya estaba todo listo. Entonces me trajeron de nuevo a mi hijo y nos dijeron que ellos se iban a ir, pero que nos quedásemos quietos o nos estarían esperando bajo. En cuanto salieron por la puerta llamé a la policía, y ellos ya nos llevaron después al centro de salud".
Conforme fue avanzando el juicio fueron saliendo otros detalles, como que los días previos ella y su hijo ya los habían visto merodeando por el barrio, o que la asistenta que años atrás había trabajado para ellos y que "había criado y visto crecer a los niños" la llamó el día anterior al telefonillo de su casa y subió, acompañada de un hombre, a ver a los niños, entrando con el hombre a la casa, por supuesto.


Muchas veces, estamos tan acostumbrados a ver violencia en la televisión: en las noticias, películas, series... e incluso a leer sobre este tipo de actos, que cuando vivimos una situación como esta de cerca chocamos de bruces contra una realidad que, lamentablemente, nos pasa inadvertida, aún cuando supera con creces la ficción.

Juicio celebrado en Valencia, sala 21, el 26 de Marzo de 2012.

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