lunes, 21 de febrero de 2011

No name

El día que le maté, no se, me levanté con una sensación muy extraña. Era como si hubiera una cosa en el aire me dijera que algo iba a ir mal, aunque en ese momento no tenía muy claro el qué.
Por las mañanas no suelo fijarme mucho en las cosas, al contrario que durante el resto del día, donde de cada detalle podría sacar una historia entera. Sin embargo por las mañanas soy incapaz de darme cuenta de lo que ocurre a mi alrededor. Siempre sigo una misma rutina: ir al baño, echarme colonia, desayunar, ducharme y arreglarme. Lo de echarme colonia es algo que muchos podrían considerar manía, siempre me echo colonia antes de dormir y justo al despertar, si no, en lugar de hablar con mi habituales gruñidos, me expresaría de una forma un poco más brusca. Pero esa mañana tenía algo de especial. Seguí mi rutina habitual, no había motivos para no hacerlo, pero cuando fui a ducharme, la vi. Allí estaba.
La luz que entraba por la ventana era distinta, era roja. Se colaba a través de la ventana del cuarto de baño, entre las rejas que separan la habitación en cuestión con el resto del mundo. Durante el invierno, y a las horas a las que suelo aparecer por el baño, todavía no hay ninguna luz; conforme se va haciendo cada vez más largo el día suele entrar una luz tenue, alegre, como para darte los buenos días. Pero esta vez era distinta.
Si, era una luz roja. Inquietante, hipnótica...Debí quedarme varios minutos mirando aquella luz, minutos que me parecieron segundos, pero que en el mundo real debieron ser horas. 
Y entonces llego él. Asustado, con esa cara de debilidad tan característica. Otra vez preguntándome si me encontraba bien, ¿no puedes dejar que viva tranquila? 

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